martes, 27 de noviembre de 2012

Mis “Mejores” Partidas. (Grandes Joyas de la Historia del Ajedrez) Por Javier Magariño.


En cierta ocasión Borges dijo “que otros se jacten de las páginas que han escrito" a mí me enorgullecen las que he leído”. Pues ese espíritu es el que me alienta para comenzar esta sección para nuestro blog. No voy a hablaros de mis mejores partidas jugadas, entre otras cosas porque aunque fueran mis mejores engendros sobre el tablero serían terriblemente feas, sino de mis “mejores” partidas contempladas. O al menos una selección de ellas.

 Cada dos o tres semanas publicaremos una partida que, por algún motivo, ha producido en mí orgullo y satisfacción al descubrirla. Cuando se dice que el ajedrez es, amén de un juego o un deporte, un “arte” se está en realidad hablando de la producción, a lo largo de su historia, de ricos, bellos y emotivos momentos que perduran como clásicos en nuestras bases de datos, como la pintura clásica descansa en las hemerotecas o las mejores novelas en la memoria artística de los seres humanos. Por eso ciertas jugadas, determinados planes o algunas increíbles composiciones o combinaciones, nos producen un sutil o abrumador goce estético y por eso determinadas partidas nos conmueven hasta la más profundo y consiguen que nos apasionemos por el ajedrez.
Sin más preámbulos comenzamos con la primera partida; una joya clásica firmada por LaBourdonnais y McDonnell en su duelo particular que mantuvieron a mediados del XIX y en el que otro clásico, el Gambito de Dama aceptado, fue la estrella indiscutible, junto con una Sicilia incipiente cuya teoría, como se verá en la partida que nos ocupa, se hallaba todavía en pañales.




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